El borriquito

El muchacho había tenido la gran suerte de poder conversar con su bisabuelo durante sus vacaciones de verano en la serranía valenciana; saciaba con ello su curiosidad sobre la forma de vida de hace más de ochenta años. El anciano le contaba que de niño vivía junto a su familia en una casa de temporeros aislada, de esas de dos plantas y mampostería de piedra gruesa. Ellos dormían en la planta superior, mientras algunas ovejas y el borriquito de la familia pernoctaban en la inferior. Así aprovechaban el calor corporal de las bestias que ascendía y se colaba por los intersticios entre los tablones de madera que componían la tarima; «la calefacción de los pobres», la llamaba. Sobre todo, recordaba al burrito Napoleón. Era terco, mordía y servía para más bien poco, pero su madre le tenía gran estima y contaba muy pomposa que se llamaba así porque, según la tradición familiar, era descendiente de un linaje de pollinos traídos desde Italia por las tropas del corso durante la ocupación francesa. Rememoraba haber cabalgado sobre su lomo peludo cuando era casi un niño de teta y, junto a su madre, tenía que recorrer la larga distancia que les separaba del pueblo, ateridos ambos de frío. El viejo, concluido su relato, interrogaba al joven sobre la vida en Valencia, interrumpiéndole de tanto en tanto para contarle que una vez, siendo ya mozo, visitó la capital. Quedó deslumbrado por la altura de los edificios, pero sobre todo por las luces, el bullicio de los comercios de la calle Colón y el ir y venir de los elegantes coches. Lamentaba, por último y de manera incoherente, no haberse subido nunca a un avión para conocer América. El bisnieto, chico de su generación, le advirtió que los coches ya no circulaban por el centro de la ciudad; que las luces ya no deslumbraban porque cumplían con una restrictiva normativa energética; que muchos comercios tradicionales habían tenido que cerrar asfixiados por las cargas fiscales y laborales, por la competencia de las grandes superficies y porque muchos de sus clientes habituales ya no les podían visitar; que eso de viajar en avión ya no estaba bien visto porque era un transporte muy contaminante, pero que en tren, medio mucho más sostenible, en algo menos de una semana, se podía llegar hasta el norte de Europa. El hombre, con cara de asombro y visiblemente contrariado, aseveró que acabarían transportándose en borriquito como él cuando niño. Eso no ya no era posible, le enmendó el joven; los burros tenían sus derechos. Entonces, el nonagenario enarcó las cejas y se acordó de aquel maestro con bigotillo que hacía mucho le había contado cómo un equino llegó a ser senador de Roma.
 Nota: este artículo fue publicado en la sección de Opinión del diario Las Provincias el día 11 de febrero de 2020. 

Federalismos


Juan Vázquez siempre sonríe cuando piensa en lo fantasioso de los desayunos en familia, con el sol ya en lo alto, que proyectan las series y películas de la televisión. Procura no despertar a su esposa y a sus dos hijos cuando se levanta de un respingo a las cinco de la mañana y con sigilo se dirige a la ducha. La cocina, en la planta inferior, permanece a oscuras hasta que enciende las luces y se prepara un café. No come sentado cereales ni tortitas con sirope; vuelve a sonreír cuando lo imagina. En el salón aún permanecen los restos de la última y multitudinaria celebración familiar: barbacoa americana, burritos, nachos, guacamole, Coronita, corridos mejicanos y estruendoso reggaeton. Ya despejado, vuelve a subir las escaleras hasta alcanzar de nuevo su habitación. Aunque supera por poco la treintena, se resiente de una lesión en la rodilla izquierda que se produjo al caer su vehículo Humvee en un socavón provocado por la explosión de una bomba de mortero cuando sirvió en Iraq como miembro de la Primera División de Caballería del Ejército norteamericano; fue durante su segunda y última rotación, antes de la boda. Como cada día, prepara metódicamente su bolsa de deportes negra: el pantalón y la camisa azul oscuro perfectamente planchados y doblados, los zapatos negros y la placa dorada pulidos hasta refulgir. La pulcritud se la inculcaron mamá Rosita y el cuartel. El resto de los pertrechos policiales le aguardan en su taquilla metálica de la Northwest Patrol Station (Comisaría) del Departamento de Polícía de Houston, Texas. Justo antes de salir, siempre en el mismo orden, entra en las habitaciones de su hijo de cinco años y de la pequeña de tres para besarles en la frente. Vázquez respira las barras y estrellas de la Federación; el federalismo de Puig es un puñetero trile.Nota: este artículo fue publicado en la sección de Opinión del diario Las Provincias el día 3 de febrero de 2020. 

Lo Spangolazzo


Pues que andaba yo entretenido en esos menesteres lectores que los seres de luz tanto mandatan a los fascistas como yo –ser primitivo, encorvado y membrudo- en busca de mi particular piedra de Rosetta, esa que permita liberarme del pesado manto fachoso que acoquina el gobierno de mi razón, absorto en la lectura de un tocho de mil páginas escrito por el nieto del celebérrimo Ortega y Gasset, José Varela Ortega, titulado «España, un relato de grandeza y odio». Les confieso que, aunque pongo gran empeño, pues mi naturaleza de franquista vil cuartea mi comprensión lectora, sigo sin hallar entre las páginas de estos grandes tomos esa proba II República de democracia límpida, o, incluso, esos «países catalanes» que ya alborean entre los destellos rojos, naranjas, amarillos, verdes, azules y violetas del hermoso arcoíris, tierra prometida y unidad de destino en lo universal de los españoles jaiminos. En ello estaba yo cuando, entre las exaltaciones de las glorias de los Austrias mayores, el refulgir de las corazas borgoñonas, el flameante rojo carmesí sobre fondo blanco de la Cruz de San Andrés en Pavía y la doncellesca admiración europea –de Pirineos hacia arriba- por la España imperial y la majestuosa sobriedad de sus césares, me topé con don José de Ribera y Cucó. «¡Otro valenciano universal!», me dije yo para mis entrañas. Como si me lo hubiera encomendado mi profesor de Historia de cuarto de la EGB  –ese que ya me trataba de usted- me apresté a refrescar y profundizar mis conocimientos sobre tan magno pintor del Barroco. Quizá en él se me desvelarían por fin las esencias socialista y catalana de mis ancestros. Pero hete aquí que, a resultas de las pesquisas, averigüé que si al susodicho lo motejaban los itálicos como «Lo Spangoletto» era debido a su corta estatura y a una desbordante ostentación de españolidad. Siendo tanto esto que cuando firmaba sus obras lo hacía de esta guisa: «Josephus Ribera. Hispanus. Valentinus. Setaben». De nuevo, una profunda decepción; este españolazo blavero de Játiva tampoco me servía.   

Nota: este artículo fue publicado en la sección de Opinión del diario Las Provincias el día 28 de octubre de 2019. 

UIP, el batallón hoplita

A través del «mike» de mi emisora escucho un frenético y confuso ir y venir de mensajes entre la sala de control y mis compañeros. Acierto a entender que están metidos en harina con un choro antipático. Pregunto a sala si necesitan de mi colaboración; responde afirmativamente. Procuro contener los nervios y no acelerar excesivamente mi carrera hacia el punto de conflicto. La defensa baila en su tahalí al compás de mi trote y golpea repetidamente mi muslo y mi glúteo izquierdos. Con la mano derecha procuro domeñar el molesto sube y baja del revólver. Llego a la zona. Dos compañeros pleitean airadamente con un varón de origen subsahariano de un metro y ochenta y cinco centímetros de estatura que ronda los cien quilos de peso. Esta vez el malote no ha asumido su papel de temblorosa liebre a la carrera; su formidable constitución física le empuja al combate. El individuo, que se zafa una y otra vez nuestros intentos de reducirle, luce ajustada en su muñeca izquierda una manilla de grillete; la otra, vacía, corta el aire peligrosamente y puede convertirse en un arma con muy mala leche. Libero del tahalí la defensa más con ánimo intimidatorio que con ganas de usarla; uno de mis compañeros imita mi gesto. El caco por fin administra su inferioridad numérica y sus fuerzas y decide apoyar firmemente la espalda contra una columna donde se falca. Presiono la parte posterior de mi antebrazo y la palma de mi mano izquierda en su pecho mientras sujeto con firmeza la defensa; ésta dibuja una extensión perfectamente perpendicular con respecto a mi extremidad superior. Noto su respiración nerviosa, el entrar y salir de las bocanadas de aire a sus pulmones. Permanecemos todos unos breves instantes en una pausa reflexiva. Unos segundos después comienzan a descender por las anchas escaleras que tenemos justo en frente unos individuos con uniformes azul oscuro inmaculado, botas militares y gorra de cuatro puntas cuya visera frisa cuidadosamente su campo de visión dejando casi ocultos sus ojos. Su atuendo no tiene el aspecto menos imponente del de los «pitufos» de la unidad de Seguridad Ciudadana o el de los «guindillas» de la Policía Local. El mangante, que tiene más calle que las veteranas rameras del barrio chino, los reconoce. Siento como su diafragma pierde de repente la tensión; su acto de rebeldía ha llegado a su fin. Poco a poco van rodeándonos más efectivos que lucen un león rampante amarillo en el arranque de su deltoides derecho. Este ratero con hipertrofia muscular ya no opondrá más resistencia a la detención; ha llegado la Unidad de Intervención Policial (UIP) de la Policía Nacional.
Pero rara vez estos guerreros urbanos se pueden permitir el lujo de lidiar con la delincuencia común. La naturaleza de su unidad siempre les sitúa como la vanguardia frente a los grandes desórdenes públicos. Manteniendo una estricta y marcial organización procuran no perder el contacto físico con el compañero que les precede -nadie quedará aislado- hasta esa aparentemente alocada arremetida final en racimo que busca disolver la muchedumbre enardecida como el detergente disuelve una mancha de aceite que flota sobre el agua. Sufren la incomprensión de una buena parte de la sociedad a la que sirven por una triste soldada, la de esos niñatos, revolucionarios de salón, que no comprenden que esa delgada línea azul que ellos dibujan con sus propios cuerpos les separa del caos y la tiranía, de la inconfortabilidad y la miseria. A ellos les da igual, son la puñetera legítima violencia del Estado frente a la violencia descontrolada. Como si el delicioso y opulento romanticismo victoriano de los perfumados lirios, nenúfares y hermosos muchachos de cabellos dorados de Óscar Wilde no se hubiera cimentado sobre la violencia imperial de las magníficas fuerzas expedicionarias británicas. ¿Cuándo superaremos la ensoñación anticlásica según la cual el músculo no debe ser escolta y compañero inseparable del cerebro mientras éste crea?
Durante estos últimos días las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se han batido el cobre en las calles de Barcelona como jamás esta generación de nenes caprichosos había contemplado. Protectores corporales desgarrados, cascos ensartados, agotamiento, dislocaciones, rotura de huesos, profundas heridas, traumatismos incompatibles con la vida y el llanto de sus familias son el alto precio de la defensa de la Democracia que nuestros hoplitas modernos han pagado. El «tsunami democràtic» independentista, asido a una calculada barbarie antisistema, pretende la derrota del Orden Constitucional; el épico arrojo de la ya legendaria UIP junto, esta vez sí, a las BRIMO, nos dará una victoria aplastante que los narcisos de Moncloa no merecen hacer propia. Gloria a ellos

La tilde de camisa metálica


En una entrevista publicada hace unos días por un medio digital, el que fuera conseller de Educación del gobierno de Eduardo Zaplana, Fernando Villalonga, le advertía a la presidenta del Partido Popular de la Comunitat Valenciana, Isabel Bonig, sobre la inconveniencia de agitar el avispero lingüístico. Este señor daba por  superado el «conflicto» y se congratulaba, no sin cierta petulancia, de haber contribuido con su labor a la «pacificación lingüística». El «establishment» catalanista, temoroso y agitado ante la posibilidad de algún cambio drástico en la política cultural y educativa de la futura administración pública valenciana, vuelve a echar mano de los aliados del pasado, de aquellos expeditos y eficaces burócratas plúmbeos de corbata azul que no tienen más lealtad ni mundo que aquello que discurre entre los mamparos de su propio partido. De todas formas, el PPCV no ha necesitado nunca de muchas presiones exteriores para rechazar las tentaciones valencianistas, pues lleva décadas viviendo cómodamente, y profundizando en cuanto ha manejado los resortes del poder, en la «normalització» de la sociedad valenciana.
Una de las populares que más se ha destacado por su armonía con las tesis normalizadoras (catalanizadoras) es la actual candidata a la alcaldía de Valencia, doña María José Catalá Verdet. Alcaldesa de Torrent, diputada autonómica y ex consellera del ramo de educación y cultura, siempre se ha significado por su buena sintonía con los agentes catalanistas; «por tacticismo», justifican los suyos. Como publicó el diario Las Provincias el 12 de julio de 2014, fue incluso felicitada por la Escola Valenciana del futuro conseller Marzà por el «cambio de rumbo en política lingüística» que permitía entonces a los centros de enseñanza dar «clase sólo en valenciano». De aquellos polvos… Aquel acuerdo supuso un verdadero terremoto en el departamento que dirigía, provocando dimisiones en cascada del llamado «núcleo duro». El charrán volvía a escurrirse de entre las falanges temblorosas del valencianismo, impulsado su vuelo por un espíritu pragmático y «pactista», ese que se aprende con los años de permanencia en la poltrona. Parte del regionalismo, ya poco, quedaba a la espera de una rectificación creyendo, ingenuo, que los políticos populares llegarían a la sensata conclusión de que alimentar un catalanismo morigerado, académico y amable en las formas hipertrofiaba, en realidad, al trasgo soterrado, independentista en ciernes, creyendo blindaje suficiente unos lacónicos epígrafes legislativos, meramente declarativos, sin sustancia ni auténtica fuerza jurídica. Pero como quiera que el ave marina sabe aprovechar las corrientes ascendentes o descendentes y las hendiduras de perfiles afilados del acantilado para criar a su pollada, volvió a entonar los cantos de sirena; orejas para quien quiera escuchar: de la promesa de restitución de la oficialidad del topónimo «Valéncia» del descartado Luis Santamaría al «respetable es València» de la ungida María José Catalá. Un maldito acento gráfico que significa mucho.
Al británico Eric Arthur Blair, George Orwell, le obsesionaba el manejo del lenguaje como herramienta de dominación de la mente y creó el concepto, hoy no tan distópico, de «neolengua» o «nuevalengua». En su radical anti totalitarismo desarrolló la teoría de que, por ejemplo, para evitar que la población pudiera anhelar o pensar en la libertad, se podían eliminar los significados indeseados de la palabra, de forma que el propio concepto de libertad política o intelectual dejara de existir en las mentes de los hablantes. ¿Qué es si no eso mismo la imposición del catalán fabrino -lengua exógena, opuesta y depredadora de la fullanesca-, o del «lenguaje inclusivo» con su innecesario desdoblamiento de género? ¿Qué es si no eso hacer escribir una palabra de diferente manera a como la pronuncia el hablante para forzar mentalmente la fonética barcelonina?
Un simple acento, abierto o cerrado, puede suponer la dramática diferencia entre la existencia de una Valencia u otra; un simple acento puede ser una ojiva con camisa metálica que perfora el hastío, el moderantismo y la pusilanimidad como el cuchillo dentado la mantequilla tibia. Démosle pues al lenguaje la importancia real que tiene; el adversario lleva mucho tiempo haciéndolo.

Nota: este artículo fue publicado en la sección de Opinión del diario Las Provincias el día 22 de enero de 2019.

The Immortals

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/84/I%C3%B1aki_Urdangar%C3%ADn.jpgFile:Eduardo Zaplana (Conferencia Politica sobre Modelo de Estado, Madrid, noviembre de 2007).jpgPues no, Bárcenas no se fue de rositas. Ni Zaplana McLeod, alias «el inmortal de Carthago Nova». Por cierto, espero que se tenga la misma compresión con su grave enfermedad que la que los «bienpensantes» dispensan a los etarras revientaniños que padecen de lumbalgia o dolor punzante en la punta de del «pijo» al orinar.
File:Juan Carlos Monedero 2014 (cropped).jpgFile:Pablo Iglesias Turrión 2014 (cropped).jpgArdo en deseos por ver el ingreso en prisión de Urdangarín, pero no por morbo o animadversión hacia el personaje, sino por ver qué dirán los que ahora se ciscan en este «sistema corrupto, franquista, fascista, clasista, callista, taxidermista y Borbón «cazaelefantescojoncagüenlaputaostia»». ¡Ah!, os adelanto que los señores Iglesias Montero se irán a vivir al casoplón de la pradera hiperlegitimados por «las cyberbases», alejándose en dirección a la puesta del sol, dando cursis brinquitos y cogiditos de la mano. El «trincabecas» de Errejón se presentará a las elecciones a la Comunidad de Madrid brillando más que una patena pulida por una «churra» gordita y aplicada miembro del «Círculo de Gorditas Aplicadas de Carabanchel Alto». El «especulador» de Espinar continuará dándonos lecciones de moralidad anticapitalista «desde abajo» -eso queda el Senado, creo-.  El «negrero» de Echenique seguirá denunciando la precariedad laboral con el freno de mano «echao». Y por último Monedero: Juanki nos mirará con careto de «voy a saltar la barra y te voy a arrancar la cabeza y luego me voy a comer tu corazón, ¡fachajoputa!» mientras se le empañan las gafitas redonditas y le estalla el chupetí (chaleco), ese que le hace ver como al moñas de Gustavo Adolfo Bécquer. Que no sé yo qué le pasa a este señor que siempre tiene la cara como de beber vinagre de manzana y doble de «amargo de Angostura» para desayunar. ¡Chico!, tienes la plaza fija en la «Complu»; y despacho en Miraflores para joder bien a gusto a los venezolanos cuando te venga en gana. Relájate y tómate un «roncito» Cacique Edición Limitada, pana. Será que no le sentó bien eso de que don «ratón ton ton» Montoro le pillara con medio millón de euros escondidos en el sujetador. De la Elisa Beni mejor no escribo, que me da un escalofrío.

Y yo con estos pelos de quinto en vísperas...

Herrenvolk (desnazificaciones)

La Alemania nazi ha sido objeto de estudio de diversas disciplinas como la Ética, la Filosofía, la Sociología, la Psicología o el Derecho. La brutalidad del régimen político instaurado asombró al resto de sociedades, aún más incluso después de derrotada y descarnada su sociedad. La manipulación propagandística de masas, la mixtificación de los orígenes raciales, la violencia extrema como herramienta política o el despojo de la humanidad del adversario horrorizaron a los observadores. Puede ser que el carácter germano fuera el ideal para la implantación de semejantes estrategias por su tendencia a lo colectivo por encima de lo individual, a la formación marcial a la voz de mando, a la sublimación de la guerra como acto revolucionario, a la aplicación del frío método fabril al pogromo. El filósofo alemán Oswald Spengler lo definía así: «La estructura de la nación inglesa se basa sobre la distinción entre rico y pobre; la de la prusiana, sobre la que hay entre mando y obediencia». Las corrientes filosóficas alemanas que informaron al nazismo establecían una dicotomía entre el «pérfido espíritu comercial inglés» y el «heroico socialismo de guerra alemán». Esta revisión crítica del socialismo marxista pergeñó la comunión dramática con el nacionalismo romántico, dando como resultado el nacionalsocialismo o nazismo. Con el paso del tiempo esta ideología se demostró aberrante, pero hemos de entender que con anterioridad al descubrimiento de sus ciclópeas atrocidades podía ser asumido como una alternativa moderna al «decadente liberalismo» o un antagonista ideal del capitalismo.

Una vez derrotado el nazismo se afrontó el proceso inverso: la desnazificación. Bien es cierto que el tratamiento del asunto fue diferente si atendemos a qué zona ocupada de la Alemania derrotada nos referimos, bien a la zona controlada por los soviéticos o a la zona controlada por el bloque occidental: EEUU, Gran Bretaña y Francia. El primero no tuvo más que suplantar una estructura totalitaria por otra definiéndose a sí misma como de «izquierdas» frente a la ya superada de «derecha reaccionaria»; distinción bastante sutil. Más ardua fue la tarea en la zona occidental, pues la superación de la doctrina hitleriana pasaba por la reinstauración de un sistema parlamentario liberal por un lado, y por otro por la liquidación del concepto de «Herrenvolk» o «el Pueblo de Señores» que hasta ese momento articulaba el sentimiento patriótico de pertenencia a la nación, y su sustitución por un «patriotismo republicano o constitucional» al modo estadounidense o francés. La ley siempre estaría por encima de cualquier intento de subvertir un nuevo orden constitucional que debía ser «eterno» en su parte esencial.

Relacionar el fenómeno anterior con el nacionalismo vasco o catalán presenta siempre una gran oposición por parte del radicalismo bienpensante, curiosamente por esos mismos que empujan a toda una generación de jóvenes a la caza frenética de «fascistas». El desarrollo de esta teoría puede pasar por hiperbólica y exagerada, sin embargo son irrefutables las conexiones filosóficas, programáticas, estéticas e incluso históricas entre todos estos movimientos. Quedarse en la simple negación no hace desvanecerse al problema, de igual modo que un médico no deja de tratar una patología de temprana evolución o sintomatología con la esperanza de que se cure sola. El nacionalismo vasco y catalán nacen de la derrota del absolutista Carlos María Isidro de Borbón frente a los isabelinos: el ultracatolicismo tradicionalista y foral frente a la opción liberal y «mal cristiana» de Isabel II. Aquellos ya no encajaban en la España «apóstata», era necesaria la construcción de un espacio alternativo adecuado. Después llegó el Romanticismo y la profunda crisis económica y emocional por la pérdida de las últimas colonias de ultramar; había comenzado su construcción nacional.

Es cierto que actualmente ninguno de estos dos nacionalismos utiliza la violencia armada o física -salvo algún brote puntual- pero sí la psicológica y sociológica. Además, han propagado entre su pueblo un sentimiento de pertenencia racial o étnico por encima de la puramente jurídica. En cuanto tienen ocasión expresan que su victoria será el «Triunfo de la Voluntad», el cinematográfico «Triumph des Willens» de la musa nazi Leni Riefenstahl. ¿Les suena? Todo esto les conecta íntimamente con el totalitarismo que representó el nazismo. Otra vez el «Herrenvolk», el Pueblo de Señores, o lo que Salvador de Madariaga definía para los castellanos de reconquista como «autolatría»: el pueblo elegido por Dios. Un anacronismo.

Ambas sociedades, y por extensión aquellas a las que han influenciado por el ánimo expansionista -otra coincidencia más-, deberían afrontar su singular «proceso de desnazificación» o desprogramación. Pero no lo harán, primero porque no han sufrido los rigores de la más absoluta derrota política, social y económica de los alemanes en el año 1945, y segundo porque son movimientos profusamente blanqueados por un gran número de defensores del resto de España. Disfrutan, pues, de un tratamiento similar al que los socialistas franceses bridaron al bolchevismo del «terror revolucionario» de 1917. Entre los miembros de este grupo de «enjuagadores» cuentan con un gran prestigio, pero no por las posibles coincidencias ideológicas, sino por su gran potencial destructor del Sistema.

México, policía federal

Tresmiedos era un hombre de estatura media, rechoncho por los excesos alimenticios, con un negro mostacho bajo una nariz ancha, tez morena y aspecto mestizo. Era fumador, bebedor empedernido y malcarado, de esos que escupen después de bajar la ventanilla del automóvil y se enjugan el exceso de saliva con un fuerte restregón del dorso de la mano izquierda sobre la cara en la que dibujan una sonrisa burlona. Después de varios años patrullando las calles del Distrito Federal, durante los cuales construyó su leyenda brutal y se ganó el sobrenombre de Tresmiedos, más por chusquero y trilero que por aplicado en el estudio, pudo promocionar a la categoría de inspector. Recorrió varias unidades de lucha contra el narcotráfico y acabó dirigiendo una de homicidios y secuestros después de haber sido investigado por abusos, torturas y colaboración con grupos delincuenciales. Sus compañeros le llamaban Tresmiedos porque éste se jactaba de producir en sus víctimas los más profundos temores: miedo al dolor, miedo a la muerte y miedo al olvido.

-¡Pronto te reunirás con los tuyos!- le advirtió una mujer enjuta de cabellos grises recogidos fuertemente en una coleta corta, abuela de uno de los secuestrados y asesinados que él había procurado quedaran olvidados en los cajones metálicos y grises de un lóbrego archivo; siempre previo pago. Era un hombre maldito, pero no parecía importarle.

Una mañana, después de una mala noche producto de un dolor punzante en el pecho que no le había dejado dormir, se dirigió con su patrulla camuflada a la delegación de Coyoacán, lugar desde donde habían reportado un homicidio. Al llegar, el escenario ya había sido oportunamente acotado por unos agentes uniformados a los que, extrañamente, no conocía. Cuando subió al segundo piso de la casa encontró en el interior de un despacho a un hombre de unos sesenta años de nombre León, éste yacía sobre un charco de sangre coagulada, restos de masa encefálica y varias hojas de papel manuscritas en ruso o ucraniano; a su lado un piolet con mango de madera, algo antiguo. En el piso de abajo permanecía de pie un hombre joven con la cabeza apoyada en la pared y las manos engrilletadas; respondía al nombre de Ramón. Tresmiedos dedujo por su acento que era español. Un escalofrío recorrió su espalda; algo no iba bien. ¡Había estudiado aquel crimen como alumno de la Academia de Inspectores! Su cabeza giraba en torno sin parar. Ahora lo entendía, no había superado el fallo cardiaco de la noche anterior. De repente, una mano apretó su hombro izquierdo inquiriéndole. Al girar, observó horrorizado el rostro huesudo y macilento del nieto de aquella vieja vociferante.

-Tresmiedos, ahora sabes lo que es sentir el terror del recién muerto. Te queda el peor por padecer: el del olvido. Estoy aquí para asegurarme de que lo sufras por toda la eternidad, ¡cabrón!- le espetó el desdichado muchacho mientras se abalanzaba sobre él y hundía fuertemente su mano derecha en la boca del agente corrupto.

El policía había muerto entre esputos sanguinolentos y unos terribles espasmos que le habían quebrado el espinazo, medio desnudo, en una posición ridícula; completamente solo y olvidado.



El saco de cemento

No recuerdo hace cuánto tiempo fui bloqueado en twitter por Don Juan Carlos Monedero, aunque sí recuerdo que Podemos aún no existía. Este señor únicamente pertenecía a CEPS, esa oscura organización llamada que tanto ha colaborado con el no menos oscuro régimen chavista. Era un personaje casi anónimo en España. El bloqueo fue fruto de una discusión que mantuve con él en la que pretendí arrostrarle frente a sus múltiples contradicciones e ignorancia de la Venezuela real, la de barro y aguas fecales. No me sorprendió en absoluto que un individuo de ideología y naturaleza radical actuara de esa forma. Ni tan siquiera este profesor universitario soñaba con alcanzar algún día el poder. No hace mucho lo fui del mismo modo por la candidata de Ciudadanos a la presidencia de la Generalitat Valenciana, Doña Carolina Punset, esta vez  como consecuencia de una conversación mantenida al respecto de su postura frente al conflicto lingüístico e identitario valenciano. Como es habitual -en esto el partido Ciudadanos no es innovador- evadió la respuesta y se limitó a comparar al valencianismo tradicional, aquél regionalista y defensor del vigente Estauto, con el nacionalismo catalán y vasco, lo que dejó al descubierto su supina ignorancia sobre la política valenciana, hecho que le expuse. Craso error. No hubo en ese momento respuesta por parte de la washingtoniana. Más tarde, sería conocedor de su público desdén por el mal llamado "blaverismo" y por el catalanismo, de los que decía de sus militantes que "caben en un taxi". La concejala alteana -por residencia- pretende participar de ese jacobinismo un tanto prematuro que teoriza su líder nacional Albert Rivera y niega la singularidad -que íntimamente sí reconoce a su Cataluña familiar- al pueblo valenciano. Sin embargo, algo de importancia debieron conceder en su formación política a la polémica, cuando, en un intento atropellado de corregir el error, añadieron la opción, que hasta entonces no existía, de valencià en su página web. No le di relevancia al abrupto colofón de aquel virtual diálogo. Es al tiempo cuando, observando algún tuit que denunciaba la existencia de un supuesto "tic" que impele a Doña Carolina al bloqueo indiscriminado del tuitero disidente y producto de mi morbosa curiosidad, consulté el estado de mi cuenta respecto a la suya: ¡Bloqueado! Al contrario que en el caso del señor Monedero, esta vez sí me sorprendió. Los miembros de este partido se pretenden moderados, liberales y socialdemócratas a partes iguales. Más aún si considero, después de un ejercicio de autoanálisis, soy público objetivo de sus propuestas, dado mi perfil personal y político. He de admitir que, además de la ingrata sorpresa, me generó la desazón de quien se siente huérfano. Otra opción, otra alternativa que caía estrepitosamente para mí y para los míos. Mi voto volvía a buscar irreflexivamente el calor y confort del tradicional.
Ciudadanos, el partido, es un proyecto que alcanzará un indubitado éxito en las próximas citas electorales. Es un buen producto, con un reluciente, atractivo y elaborado packaging. Sin embargo, aún carece de contenido sólido y sus candidatos, a vista de lo sucedido, sufren de bisoñez y sus reacciones son pueriles. Deben endurecer la coraza, aprender la habilidad del político tradicional, y evitar desprender el desagradable hedor de la soberbia propia del adolescente barbilampiño. Corren el peligro, en la Comunidad Valenciana y en el resto de España, de acabar adoptando el papel de saco de cemento, de mera argamasa que afirme el decadente poder del Partido Popular, de ser percibidos, dramáticamente, como aquel parvenu que realizó el servicio militar en los paracaidistas.
 

¡El Kalashnikov que lo coja otro!


Muchos son los asesores españoles que participan en el proceso revolucionario venezolano: reputados profesores de derecho constitucional, politólogos o miembros de la banda terrorista ETA. Más allá de la mera motivación pecuniaria -a la que no renuncian- está la de utilizar al país sudamericano como campo de pruebas de teorías políticas, sociales, jurídicas o filosóficas de tendencia más o menos marxista. Han contribuido pues a desarrollar ese ideario conocido como "Socialismo del s. XXI", que no es más que una presunta actualización y adaptación -en ocasiones absurda dado el cúmulo de conceptos antagónicos o la improvisación teórica en su desarrollo- del socialismo trasnochado y desdeñado por las democracias europeas. Estos asesores son herederos intelectuales del espíritu revolucionario que imbuyó la España de los años treinta del pasado siglo y de los sucesivos gobiernos "frentepopulistas" nacidos de la convulsión republicana. Son herederos en consecuencia del fracaso de la sectaria "república de nuevo tipo" consagrada por la Internacional Comunista o  "Komintern" que ahora pretenden establecer en Venezuela. También, participan de aquel ímpetu izquierdista surgido de la oposición al régimen franquista y de la posterior transición política a la democracia que pretendía la implementación de modelos sociales o económicos inconcebibles en la Europa moderna a la que España debía integrarse poco tiempo después. Los militantes de la izquierda que se expresaron más pragmáticos -o quizá más sensatos- abandonaron ideas radicales y buscaron acomodo en las teorías socialdemócratas burguesas más del ámbito nórdico. Sin embargo, la extrema izquierda ha logrado sobrevivir gracias a su afiliación a movimientos nacionalistas o antisistema, manteniendo impertérrita su capacidad de influencia ideológica sobre parte de la sociedad española y el ámbito universitario. Es de éste último de donde proviene la mayoría de miembros de ese consejo asesor -excepto aquellos procedentes de la banda terrorista ETA- que apoya al gobierno bolivarianista venezolano. Son en su mayoría teóricos filocomunistas frustrados por la inadecuación del medio español a sus ideas, en contínua búsqueda de espacios de mayor ductilidad y que en un primer momento establecieron su base  geoideológica en la Cuba castrista, siendo atraídos más recientemente por el proyecto revolucionario del fallecido Hugo Chávez pues las características del país caribeño lo conviertían en objeto de atención de este tipo de doctrinas: gran acumulación de recursos naturales, situación estratégica, larga tradición democrática y capitalista, etc.
Esencialmente las críticas hacia éstos no parten de discrepancias doctrinales -aunque existen- sino de la posición ventajista que les concede el hecho de vivir integrados en una sociedad capitalista acomodada que choca frontalmente con los modelos sociales y económicos preconizados en los que el sujeto de su ejecución sufre la restricción de libertades -por profundamente totalitarios- o la agudización de su pobreza endémica -por la incapacidad de los gestores-, con la pretensión ridícula de no ser arrostrados frente a sus contradicciones morales. Además, aprovechando la mutua ignorancia, distorsionan bidireccionalmente la imagen de los contextos, mostrando una falsa precariedad del mundo capitalista del que disfrutan o una inverosímil prosperidad de un país que se halla en el abismo político y económico. Y lo peor, facturan sus trabajos a un estado que carece de servicios públicos que se puedan definir como dignos, convirtiéndose así en mercenarios de visera y manguito.