
Una de las populares que más
se ha destacado por su armonía con las tesis normalizadoras (catalanizadoras)
es la actual candidata a la alcaldía de Valencia, doña María José Catalá Verdet.
Alcaldesa de Torrent, diputada autonómica y ex consellera del ramo de educación
y cultura, siempre se ha significado por su buena sintonía con los agentes catalanistas;
«por tacticismo», justifican los suyos. Como publicó el diario Las Provincias
el 12 de julio de 2014, fue incluso felicitada por la Escola Valenciana del
futuro conseller Marzà por el «cambio de rumbo en política lingüística» que
permitía entonces a los centros de enseñanza dar «clase sólo en valenciano». De
aquellos polvos… Aquel acuerdo supuso un verdadero terremoto en el departamento
que dirigía, provocando dimisiones en cascada del llamado «núcleo duro». El
charrán volvía a escurrirse de entre las falanges temblorosas del valencianismo,
impulsado su vuelo por un espíritu pragmático y «pactista», ese que se aprende
con los años de permanencia en la poltrona. Parte del regionalismo, ya poco,
quedaba a la espera de una rectificación creyendo, ingenuo, que los políticos
populares llegarían a la sensata conclusión de que alimentar un catalanismo morigerado,
académico y amable en las formas hipertrofiaba, en realidad, al trasgo
soterrado, independentista en ciernes, creyendo blindaje suficiente unos
lacónicos epígrafes legislativos, meramente declarativos, sin sustancia ni
auténtica fuerza jurídica. Pero como quiera que el ave marina sabe aprovechar
las corrientes ascendentes o descendentes y las hendiduras de perfiles afilados
del acantilado para criar a su pollada, volvió a entonar los cantos de sirena;
orejas para quien quiera escuchar: de la promesa de restitución de la
oficialidad del topónimo «Valéncia» del descartado Luis Santamaría al
«respetable es València» de la ungida María José Catalá. Un maldito acento
gráfico que significa mucho.
Al británico Eric Arthur
Blair, George Orwell, le obsesionaba el manejo del lenguaje como herramienta de
dominación de la mente y creó el concepto, hoy no tan distópico, de «neolengua»
o «nuevalengua». En su radical anti totalitarismo desarrolló la teoría de que,
por ejemplo, para evitar que la población pudiera anhelar o pensar en la
libertad, se podían eliminar los significados indeseados de la palabra, de
forma que el propio concepto de libertad política o intelectual dejara de
existir en las mentes de los hablantes. ¿Qué es si no eso mismo la imposición
del catalán fabrino -lengua exógena, opuesta y depredadora de la fullanesca-, o
del «lenguaje inclusivo» con su innecesario desdoblamiento de género? ¿Qué es
si no eso hacer escribir una palabra de diferente manera a como la pronuncia el
hablante para forzar mentalmente la fonética barcelonina?
Un simple acento, abierto o
cerrado, puede suponer la dramática diferencia entre la existencia de una
Valencia u otra; un simple acento puede ser una ojiva con camisa metálica que
perfora el hastío, el moderantismo y la pusilanimidad como el cuchillo dentado
la mantequilla tibia. Démosle pues al lenguaje la importancia real que tiene;
el adversario lleva mucho tiempo haciéndolo.
Nota: este artículo fue publicado en la sección de Opinión del diario Las Provincias el día 22 de enero de 2019.
Nota: este artículo fue publicado en la sección de Opinión del diario Las Provincias el día 22 de enero de 2019.
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