Federalismos


Juan Vázquez siempre sonríe cuando piensa en lo fantasioso de los desayunos en familia, con el sol ya en lo alto, que proyectan las series y películas de la televisión. Procura no despertar a su esposa y a sus dos hijos cuando se levanta de un respingo a las cinco de la mañana y con sigilo se dirige a la ducha. La cocina, en la planta inferior, permanece a oscuras hasta que enciende las luces y se prepara un café. No come sentado cereales ni tortitas con sirope; vuelve a sonreír cuando lo imagina. En el salón aún permanecen los restos de la última y multitudinaria celebración familiar: barbacoa americana, burritos, nachos, guacamole, Coronita, corridos mejicanos y estruendoso reggaeton. Ya despejado, vuelve a subir las escaleras hasta alcanzar de nuevo su habitación. Aunque supera por poco la treintena, se resiente de una lesión en la rodilla izquierda que se produjo al caer su vehículo Humvee en un socavón provocado por la explosión de una bomba de mortero cuando sirvió en Iraq como miembro de la Primera División de Caballería del Ejército norteamericano; fue durante su segunda y última rotación, antes de la boda. Como cada día, prepara metódicamente su bolsa de deportes negra: el pantalón y la camisa azul oscuro perfectamente planchados y doblados, los zapatos negros y la placa dorada pulidos hasta refulgir. La pulcritud se la inculcaron mamá Rosita y el cuartel. El resto de los pertrechos policiales le aguardan en su taquilla metálica de la Northwest Patrol Station (Comisaría) del Departamento de Polícía de Houston, Texas. Justo antes de salir, siempre en el mismo orden, entra en las habitaciones de su hijo de cinco años y de la pequeña de tres para besarles en la frente. Vázquez respira las barras y estrellas de la Federación; el federalismo de Puig es un puñetero trile.Nota: este artículo fue publicado en la sección de Opinión del diario Las Provincias el día 3 de febrero de 2020. 

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