La tilde de camisa metálica


En una entrevista publicada hace unos días por un medio digital, el que fuera conseller de Educación del gobierno de Eduardo Zaplana, Fernando Villalonga, le advertía a la presidenta del Partido Popular de la Comunitat Valenciana, Isabel Bonig, sobre la inconveniencia de agitar el avispero lingüístico. Este señor daba por  superado el «conflicto» y se congratulaba, no sin cierta petulancia, de haber contribuido con su labor a la «pacificación lingüística». El «establishment» catalanista, temoroso y agitado ante la posibilidad de algún cambio drástico en la política cultural y educativa de la futura administración pública valenciana, vuelve a echar mano de los aliados del pasado, de aquellos expeditos y eficaces burócratas plúmbeos de corbata azul que no tienen más lealtad ni mundo que aquello que discurre entre los mamparos de su propio partido. De todas formas, el PPCV no ha necesitado nunca de muchas presiones exteriores para rechazar las tentaciones valencianistas, pues lleva décadas viviendo cómodamente, y profundizando en cuanto ha manejado los resortes del poder, en la «normalització» de la sociedad valenciana.
Una de las populares que más se ha destacado por su armonía con las tesis normalizadoras (catalanizadoras) es la actual candidata a la alcaldía de Valencia, doña María José Catalá Verdet. Alcaldesa de Torrent, diputada autonómica y ex consellera del ramo de educación y cultura, siempre se ha significado por su buena sintonía con los agentes catalanistas; «por tacticismo», justifican los suyos. Como publicó el diario Las Provincias el 12 de julio de 2014, fue incluso felicitada por la Escola Valenciana del futuro conseller Marzà por el «cambio de rumbo en política lingüística» que permitía entonces a los centros de enseñanza dar «clase sólo en valenciano». De aquellos polvos… Aquel acuerdo supuso un verdadero terremoto en el departamento que dirigía, provocando dimisiones en cascada del llamado «núcleo duro». El charrán volvía a escurrirse de entre las falanges temblorosas del valencianismo, impulsado su vuelo por un espíritu pragmático y «pactista», ese que se aprende con los años de permanencia en la poltrona. Parte del regionalismo, ya poco, quedaba a la espera de una rectificación creyendo, ingenuo, que los políticos populares llegarían a la sensata conclusión de que alimentar un catalanismo morigerado, académico y amable en las formas hipertrofiaba, en realidad, al trasgo soterrado, independentista en ciernes, creyendo blindaje suficiente unos lacónicos epígrafes legislativos, meramente declarativos, sin sustancia ni auténtica fuerza jurídica. Pero como quiera que el ave marina sabe aprovechar las corrientes ascendentes o descendentes y las hendiduras de perfiles afilados del acantilado para criar a su pollada, volvió a entonar los cantos de sirena; orejas para quien quiera escuchar: de la promesa de restitución de la oficialidad del topónimo «Valéncia» del descartado Luis Santamaría al «respetable es València» de la ungida María José Catalá. Un maldito acento gráfico que significa mucho.
Al británico Eric Arthur Blair, George Orwell, le obsesionaba el manejo del lenguaje como herramienta de dominación de la mente y creó el concepto, hoy no tan distópico, de «neolengua» o «nuevalengua». En su radical anti totalitarismo desarrolló la teoría de que, por ejemplo, para evitar que la población pudiera anhelar o pensar en la libertad, se podían eliminar los significados indeseados de la palabra, de forma que el propio concepto de libertad política o intelectual dejara de existir en las mentes de los hablantes. ¿Qué es si no eso mismo la imposición del catalán fabrino -lengua exógena, opuesta y depredadora de la fullanesca-, o del «lenguaje inclusivo» con su innecesario desdoblamiento de género? ¿Qué es si no eso hacer escribir una palabra de diferente manera a como la pronuncia el hablante para forzar mentalmente la fonética barcelonina?
Un simple acento, abierto o cerrado, puede suponer la dramática diferencia entre la existencia de una Valencia u otra; un simple acento puede ser una ojiva con camisa metálica que perfora el hastío, el moderantismo y la pusilanimidad como el cuchillo dentado la mantequilla tibia. Démosle pues al lenguaje la importancia real que tiene; el adversario lleva mucho tiempo haciéndolo.

Nota: este artículo fue publicado en la sección de Opinión del diario Las Provincias el día 22 de enero de 2019.